Depresión profunda, malestar general y ausencia de duelo. Cristina abortó a su hijo con trisomía 20 y posteriormente perdió otro hijo por una amniocentesis. Critica la falta de información de lo que ocurre tras el aborto, la “dificultad del duelo” y que nadie le planteara la posibilidad de seguir adelante. “¿Por qué una mujer tiene derecho al duelo si su hijo murió tras el parto y no si la muerte es anterior al parto?”, se pregunta.
LUIS LOSADA PESCADOR - ALBA.- Al hijo de Cristina le diagnosticaron trisomía 20. El ginecólogo que le atendió no supo explicarle en qué consistía y prefirieron esperar a su ginecólogo habitual en la fundación Hospital Alcorcón les explicara los detalles de la enfermedad de su hijo. Tampoco sabía nada. El vademécum de los médicos apenas describe en un párrafo la trisomía 20. “Como ninguno nace, no se sabe nada; no hay investigación”, lamenta Cristina.
No hubo opción. Todo el protocolo hospitalario estaba destinado a que Cristina abortara. Nadie le ofreció otra alternativa. Nadie le explicó las consecuencias de la enfermedad de su hijo, ni el tratamiento, ni su esperanza de vida. Nada. “Nosotros investigamos y vimos que tenía las orejas más bajas, la nariz más ancha, pero no conocíamos la trascendencia de la enfermedad; sorprendentemente los médicos tampoco”.
Presionada por el entorno, Cristina accedió. “No me dieron tiempo para pensármelo”. La maquinaria estaba en marcha. ¿Cómo fue exactamente? “Me metieron dos Cytotec en el útero. Dos horas más tarde, fue entonces cuando noté que mi bebé empezaba a dar patadas con sus piernecitas y sus bracitos. No fue un segundo, sino un buen rato. Me sentí una asesina, pero yo en el fondo no quería estar ahí; nadie me ayudó”.
Cristina se arrepiente de la decisión tomada. Pero también lamenta que nadie le ofreciera ninguna otra alternativa. Nadie: ni los médicos, ni su entorno familiar y social. Fue entonces cuando cayó en una depresión profunda. Ella habría preferido tener a su hijo aunque viviera poco, aunque estuviera enfermo, explica. Pero nadie le ofreció otra alternativa. Se sintió sola. Forzada. “¿Pero los médicos no están para curar?”, se pregunta sin respuesta.
“Pensé que no debía ser la única que me encontraba en esa situación; así que me metí en internet y contacte con la Asociación de Víctimas del Aborto que me ofreció apoyo psicológico que todavía hoy necesito”, explica. Cristina lamenta que nadie le informara de cómo iba a ser la intervención, ni de las consecuencias que iba a tener. “A nadie se le ocurrió ponerme en contacto con un psicólogo”. Ni siquiera le informaron si le subiría la leche. Fue ella la que le preguntó a una enfermera que pasaba por ahí. “Si, claro. Si quieres te damos una pastilla para que no te suba”. Por supuesto, su respuesta fue afirmativa. “Existe protocolo para abortar, pero no existe ningún protocolo para el posaborto, como si no pasara nada”, lamenta
Además, Cristina también lamenta las dificultades para el duelo. Al fin y al cabo, según los médicos y la sociedad, ‘hizo lo que tenía que hacer’. “Ni siquiera mi pareja; él no sentía como yo que regresaba vacía a la casa”. También lamenta que no pudiera llevarse el cuerpo de su bebé para enterrarlo y llevarle flores de vez en cuando. “Si tu hijo muere tras el parto, tienes derecho al cuerpo y al duelo; pero si es antes del parto, no. No lo entiendo”. Así que defiende que en España se ‘importe’ una legislación similar a la francesa (de la que informó ALBA hace dos números) por la que los padres puedan enterrar a sus ‘nasciturus’ fallecidos. “Eso ayudaría mucho al duelo”. Y es que –según explican los psicólogos- el síndrome posaborto por IVE de niño malformado es similar al dolor por la muerte de un hijo sano. Mucho. Demasiado.
Ahora su mensaje es claro: Si alguien se plantea abortar a su hijo malformado, “que se lo piense muy bien, que se informe de las consecuencias y que valore también la posibilidad de tenerlo”.
Amniocentesis fallida
La historia de Cristina no acaba aquí. Tras la penosa experiencia de su aborto provocado, vuelve a quedar embarazada. Acude a su hospital y le practican una amniocentesis. “Tenía todas la papeletas: antecedentes, edad, etc, así que ni se lo plantearon, estaba en el protocolo”. Así que otra vez se repitió la historia. Cristina se hizo la amniocentesis y perdió al niño. La prueba tiene un 1% de riesgo y ella tuvo ‘mala suerte’.
¿Por qué se hizo la prueba si tenía ya la mala experiencia del aborto anterior? “Es una buena pregunta; yo me pasé dos días angustiada, sin poder dormir. Les dije que no quería hacerme la prueba, pero tenían respuestas para todo, tenía todas las papeletas, tenía que hacérmela”. De nuevo presionada por el entorno, accedió. “Enhorabuena, va usted a tener un varón y viene sano” le comunicó la enfermera a través de una llamada telefónica a las tres semanas, el tiempo necesario para los exámenes.
“Gracias, pero mi hijo ya está muerto”, fue su fría respuesta. Era el segundo hijo que perdía. Se hizo la prueba para nada. Fue precisamente la prueba la que lo mató. Ahora también lo tiene claro: no se volvería a hacer la prueba. Pero ya es tarde. De nuevo a tratar de superar un duelo más con la corriente social en contra. Cristina hizo –supuestamente- ‘lo que debía de hacer’.
El hermanito está en el cielo
“Todos tenemos derecho a enterrar, cremar y donar a la ciencia a nuestros seres queridos que fallecen”, dice Cristina, quien lamenta que ese derecho “no exista” para quienes han perdido a su hijo antes del parto.
LUIS LOSADA PESCADOR- ALBA.- Una dificultad para elaborar el duelo y ‘digerir’ la pérdida. Aún así, ella está convencida de que sus dos hijos perdidos están en el cielo. “Yo tengo cuatro hijos: dos en el cielo y dos conmigo”.
Su mayor apoyo es su hija (viva) mayor. Atentos a la anécdota. Un día estaba con sus primos y a uno de ellos se le perdió el globo y se fue al cielo. Su hija comenzó a ponerse muy contenta. ¿Por qué te pones tan contenta si tu prima ha perdido su globo? “Así podrá jugar mi hermano”, respondió.
“Cuando regresé a casa tras el segundo aborto no sabía cómo explicárselo; me puse a llorar y ella me dijo: mamá no vamos a llorar. ¿Por qué, mi amor?, pregunté. Porque ahora mi hermano Nicolás estará con Manuel con quien podrá jugar”. Y es que sólo los niños cantan las verdades. ‘Si no os hacéis como niños…”.
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